En el poblado de Ocotepec, en los alrededores de
Cuernavaca, Morelos, el Día de Muertos es una de las fiestas más
representativas donde el culto a los difuntos destaca por su riqueza cultural y
religiosa.
Las
tradiciones mexicanas se alimentan de creencias, rituales, fe, humor y sueños.
Una de las más importantes y de mayor arraigo popular es, sin duda, la
celebración del Día de Muertos, en los diferentes panteones del país, y el
estado de Morelos, no es la excepción.
Ocotepec,
cuyo significado es "en el cerro de los ocotes", se encuentra
separado por una delgada, casi imperceptible, franja de tierra: la Montaña de
los Ocotes. Es un poblado antiguo que se ubica a sólo tres minutos de
Cuernavaca por la carretera federal a Tepoztlán. Esta comunidad se divide en
cuatro barrios con sus respectivas capillas, las cuales conservan la forma de
administración heredada del Virreinato de la Nueva España, estructura que les
ha permitido conservar la mayoría de sus costumbres y tradiciones indígenas,
mismas que datan desde tiempos prehispánicos.
El Día de
Muertos es una de las cuatro fiestas más importantes de Ocotepec, junto con
Navidad, la representación de la Pasión de Cristo y el Corpus Cristi. Además su
cercanía con la capital morelense, ha favorecido la visita de turistas y
lugareños, al grado tal que esta celebración es la más concurrida de las 30 que
se realizan en el estado.
A la
salida de Cuernavaca, lo primero que se observa es el cementerio de Ocotepec.
Se trata de un buen ejemplo de arquitectura funeraria mexicana: sus
innumerables casitas, iglesias y catedrales, decoradas en colores llamativos,
confirman su creencia en la continuidad de la vida después de la muerte. El
cementerio es precisamente el lugar donde inician los preparativos para la
celebración pues, diez días antes del 2 de noviembre, familias enteras
comienzan a arreglar sus tumbas, las pintan y las redecoran.
Una de
las tradiciones en Ocotepec consiste en levantar ofrendas en honor a quienes
fallecieron durante el año; a estos altares también se les conoce como
“Ofrendas Nuevas”. Éstas se montan sobre una mesa y se recrea el cuerpo del
difunto, el cual se viste con ropa nueva, huaraches y sombrero o rebozo; a la
altura de la cabeza se colocan las tradicionales calaveras de azúcar. Una vez
vestido, el cuerpo se rodea de las bebidas y los platillos que fueron los
favoritos del difunto. En el caso de los altares de los niños se incluyen
juguetes y golosinas.
Los
elementos tradicionales de una ofrenda son el pan, el cual es elaborado con
productos de la Tierra; el agua, considerada la fuente de la vida y por la que
lucha el espíritu en contra de la muerte, además de que sirve para calmar la
sed durante el camino; el fuego, el cual purifica y llega a los muertos por
medio de las velas del altar; y el viento, que da movimiento al papel picado
del altar, alegrando así el espíritu.
Otros
elementos que también encontramos en las ofrendas son las flores de cempasúchil
y el incienso, que ayudan a los difuntos a encontrar el camino a casa y a sus
familiares. Algunos encienden cuatro velas y las colocan en forma de cruz,
orientada hacia los cuatro puntos cardinales, que sirven para bendecir los
caminos por donde llegará el espíritu del difunto.
Las casas
con ofrenda nueva se reconocen por un camino de flores que se extiende desde el
altar hasta la banqueta. Es una forma de avisar que ahí se espera la llegada de
un difunto y que la gente puede pasar, si así lo desea, para admirar la
ofrenda. A los visitantes se les invita a pasar y son recibidos amablemente con
panes, ponche, café y tamales. A cambio de esto, las personas otorgan respeto,
afecto y algunas veces llevan velas o flores para el altar, en agradecimiento a
las atenciones recibidas.
Aunque
algunas de las casas con Ofrendas Nuevas son muy humildes, el honor a sus
difuntos es grandioso, pues se entregan a ellos por completo, tanto en el
aspecto económico como en el tiempo que les dedican.
La noche
del 31 de octubre repican las campanas de la iglesia anunciando la llegada
próxima de los niños difuntos; por la mañana del 1 de noviembre se visita el
panteón, el cual está adornado con flores de muchos colores, y se oficia una
misa en honor a los pequeños. Por la noche también se tocan las campanas, ahora
en espera de los difuntos mayores; entonces se realizan los preparativos para
la ofrenda y en la mañana del 2 de noviembre se acude al panteón y se ofrece
una misa.
Así,
durante dos días, se espera con gusto y tristeza la llegada de los difuntos;
mientras tanto, también los vecinos de lugar realizan visitas y van a comer a
las casas donde se colocaron Ofrendas Nuevas.
Durante
estos días, en las calles del pueblo se instalan puestos que ofrecen el
tradicional pan de muerto, recién preparado y horneado. Además, a la vista de
los paseantes se encuentra puestos donde se puede adquirir todo lo necesario
para adornar los altares: calabazas artesanales, calaveras de azúcar y
chocolate, veladoras, velas, incienso, flores.
Otra de
las peculiaridades del poblado de Ocotepec es la procesión que se realiza
durante las noches del 31 octubre y 1 de noviembre. Todo el pueblo acude al
panteón, llevan ofrendas a sus difuntos y más tarde se sientan todos a comer a
un lado de las tumbas.
Aunque
Ocotepec no es un lugar muy conocido por los turistas, su particular forma de
celebrar el Día de Muertos lo convierte en un sitio muy atractivo; ya que los
visitantes gozarán de los sabores, aromas y colores de esta tradicional
festividad mexicana.
Fuente: Mexico Desconocido
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